miércoles, 24 de agosto de 2011

Cuánto sabemos, qué sabemos…


23 agosto, 2011.  J.M. Hernández.
LA CIENCIA Y SUS DEMONIOS

Las limitaciones de la ciencia y del conocimiento científico son un tema recurrente en el que cualquier alternativo o magufo de pro suele entrar con facilidad. “La ciencia no lo sabe todo”, proclaman, como si se tratara de una descalificación, cuando precisamente esta es una de las características que cualquier persona con cultura científica tiene clara en todo momento. El paso siguiente suele consistir en que esa falta de conocimiento absoluto permite pensar en un unicornio rosa rigiendo nuestros destinos desde una realidad alternativa e indetectable. “Tampoco creían a Galileo”, afirman elocuentemente.

Pero tal argumento no solamente es una falacia, sino que transmite la falsa impresión de que los científicos pretenden saberlo todo, negando insistente y fanáticamente aquello que desconocen.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad. La ciencia no tiene respuestas para todo, efectivamente. Además, pocos científicos piensan que alguna vez lleguemos a alcanzar el conocimiento completo. Es más, posiblemente nuestro conocimiento de la realidad sólo nos esté dando una imagen muy parcial y distorsionada de la misma. Puede ser que simplemente estemos interpretando torpemente un universo que no comprendemos y que jamás lleguemos a comprender debido a nuestras limitaciones, tanto cognitivas como de capacidad de observación.

Depende del cristal con que se mire (o desde donde se mire, mejor dicho)

Stephen Hawking, en su libro “El Gran Diseño” utiliza un buen ejemplo: imaginemos cómo verán el mundo exterior unos peces de colores que vivan en una pecera esférica. Al mirar hacia fuera obtendrán una visión distorsionada de la realidad. Un objeto que se moviera con una trayectora rectilínea en el exterior de la pecera aparentaría moverse en una trayectoria curvada para nuestros pececillos. No tendrían posibilidad alguna de contrastar este hecho; para ellos, el movimiento curvo sería la realidad y no menos real que para nosotros lo es el rectilíneo.

Nada confirma que los humanos mismos no seamos peces dentro de una pecera de la que no tenemos constancia. Incapaces de observar desde el exterior, nuestra realidad se ve sujeta a la limitación de la ubicación, capacidad de observación y posibilidad de análisis.

Hawking llama a esto «realismo dependiente del modelo», y significa algo tan importante como que ninguna imagen del mundo, ninguna teoría, ninguna interpretación del universo es independiente del concepto de realidad. Cualquiera de ellas no será más que un modelo con una serie de leyes que relacionan entre sí, y con el propio modelo, los sucesos observados.

¿Quiere decir esto que no podemos saber cómo es el mundo en realidad? No exactamente. Lo que significa es que puede que no haya una “realidad” absoluta ni, por tanto, una verdad absoluta. Los movimientos curvilíneos observados por nuestros peces no son menos reales que los que nosotros observamos; simplemente se encuentran en otro sistema de referencia.

Podemos utilizar como ejemplo la medición del tiempo: hasta la formulación de la teoría de la relatividad especial, se pensaba en el tiempo como algo absoluto. Sin embargo, no es así; para un observador en reposo, el reloj de otro observador moviéndose a una elevada velocidad marca el tiempo más lentamente. Sin embargo, para el observador en movimiento el tiempo transcurre con normalidad y es el reloj del experimentador en reposo el que le parece ir más rápido de lo normal. Evidentemente, esto no quiere decir que no podamos medir el tiempo. Simplemente, significa que éste no es independiente del sistema de referencia.

Entonces, ¿podemos medir o no? ¿Podríamos decir entonces que la ciencia y la experimentación no sirven para conocer el mundo? En absoluto. Sirven -y muy bien- para analizar la realidad tal y como nosotros la experimentamos. Podemos sincronizar relojes con tal precisión como para medir cambios de microsegundos en la velocidad de rotación de la Tierra, o para obtener nuestra posición con un error de unos pocos centímetros gracias a los sistemas GPS que calculan la diferencia de tiempo entre la señal emitida por varios satélites. Todo ello independientemente de que, mientras tanto, un reloj atómico viajando a 200.000 km/s marque la hora considerablemente más deprisa.

Este realismo dependiente del modelo sirve a muchos “pseudocientíficos” para justificar toda suerte de fantasías: si la ciencia no conoce todo, dicen, ¿quien puede negar que existan los espíritus, la telequinesia, los OVNIs o los chakras?

Cierto, nadie lo puede negar, de igual forma que no podemos descartar que una tetera esté orbitando Plutón o que yo tenga un dragón invisible en mi garage. Pero el problema no es si algo puede negarse o no, sino que a efectos prácticos, algo que “puede existir” pero que somos incapaces de observar, analizar y refutar, es indistinguible de algo que simplemente no existe. Este camino no es útil, no sirve para nada, y ni siquiera nos enriquece (mas que en cuanto a la imaginación se refiere). Otra cosa es que no dejemos de preguntarnos sobre la validez de nuestros conocimientos, o sobre la existencia de otros marcos y sistemas de referencia donde las cosas podrían suceder de otra forma.

Podrían existir entes inmateriales indetectables procedentes de una realidad alternativa a la que no podemos acceder, claro que sí. Igualmente, podría existir un elefante enano ocupando mi mismo espacio, pero desincronizado cuánticamente con mi realidad de tal forma que me resulta imposible detectarlo. Ambas propuestas son igual de probables y, lamentablemente, igual de inútiles.

La tetera no me sirve. El hecho de algo “pueda existir” no lo hace real, ni en nuestro sistema de referencia ni en ningún otro. Es más, si no podemos analizarlo con las herramientas que tenemos, no nos sirve para nada. Es absurdo dar pábulo a cualquier ocurrencia hasta que no tengamos la metodología suficiente como para poder estudiarlo. Y, lógicamente, si tuvieramos que explorar todas las imaginaciones populares sobre realidades alternativas, ningún presupuesto mundial en investigación daría de sí. De nuevo, no es útil perseguir fantasmas una y otra vez.

Ante tal inseguridad, ante el desconocimiento de estar viendo una realidad filtrada o a través de una mente limitada, lo que mejor funciona no es imaginar cualquier fantasía y abrazarla por el simple hecho de no poder negarla. Por el contrario, lo más útil es ser conscientes de nuestras limitaciones y tratar de explicar los sucesos que vemos como los vemos. Esto es lo único que nos permitirá realizar verdaderas predicciones y avanzar. Por supuesto, un verdadero espíritu científico siempre intentará mirar fuera de la pecera. Nunca negará que puede haber un mundo diferente más allá, y tratara incansablemente de explorarlo. Lo que no hará es escudarse en el limitado recipiente para inventar que tras el cristal existe un paraíso para los peces de colores que no puede ser observado y en el que hay que creer por fe.

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