CUARTA PARTE: de 1819 a 1830
De 1819 a 1830: La materia morbífica o fermento interno - necesitado en cada caso crónico de determinar su miasma específico - La nosología tripartita de las enfermedades crónicas - El miasma psórico, miasma secular, hereditario y extremadamente contagioso - El sistema nervioso detector inmediato del miasma.
1819
En la segunda edición del Organon (19) figura, además de ambos temas que ya analizamos de la primera edición (47), el tercer tema, ya ampliamente presente en 1813 en " El espíritu de la nueva doctrina médica". Habla allí de que “la influencia de las causas morbíficas, la mayoría de las cuales actúan desde el exterior para generar en nosotros las diversas enfermedades, es casi siempre invisible e inmaterial…”(46). Más adelante apostilla: “Las causas desencadenantes…empiezan desarmonizando los órganos de la fuerza vital, produciéndose una modificación en la existencia, seguida por un cambio dinámico que entraña a su vez un cambio en la manera de sentir (malestar, dolores) y de actuar (anomalía en las funciones) de cada órgano en particular y del conjunto de órganos; lo que necesariamente se refleja también en los humores que rellenan nuestros vasos determinando la secreción de sustancias irregulares. Este es el resultado del nuevo carácter que ha tomado la vida, carácter que difiere del que tenía en estado de salud” (46). Esta visión, que hoy nos parece tan descriptiva y normal del modo de enfermar, es trascendental teniendo gran repercusión en las formas de actuar a partir del siglo XX.
El Dr. Pinet afirma en su trabajo que: “ Para él, la materia morbífica (Krankheitsstoff) es imaginaria y toda anomalía interna es hipotética (§ 19; 6ª ed. § 25)”. Sin embargo en las traducciones que yo manejo del Organon no se refieren estos extremos, así en el parágrafo 25 de la sexta edición al español dice : “§ 25: Ahora bien, en todas las experimentaciones cuidadosas, la experiencia pura, 13 oráculo único e infalible del arte de curar, nos enseña realmente que aquella medicina que en su acción, sobre el cuerpo humano haya demostrado su capacidad para producir la mayor cantidad de síntomas similares a los observados por cierto que puede en el caso de enfermedad bajo tratamiento, y en dosis de potencia y atenuación adecuadas, quitar rápida, radical y permanentemente a la totalidad de los síntomas de ese estado mórbido, es decir (Parágrafos 6-16) a la totalidad de la enfermedad presente y convertirla en salud; y que todas las medicinas curan, sin excepción, a aquellas enfermedades cuyos síntomas mas se asemejan a los propios y que jamás dejan sin cura a alguno de ellos” (49). La nota 13 a la que hace referencia dice: “Yo no me estoy refiriendo a esa suerte de experiencia de la que se jacta la mayoría de los facultativos de la vieja escuela, quienes han trabajado extraviados durante años con un conjunto de prescripciones complejas sobre numerosas enfermedades a las que jamás investigaron cuidadosamente pero a las que, por fidelidad a los dogmas de su escuela, consideran que ya han sido descriptas en las obras de patología sistemática y respecto de las cuales sueñan con poder detectar en ellas alguna materia morbífica imaginaria o suponen poder adjudicarles otra hipotética anormalidad interna. Ellos siempre vieron algo en las enfermedades mas no supieron qué era lo que veían y obtuvieron resultados derivados de fuerzas complejas actuando sobre algo tan desconocido que ningún ser humano y sólo un Dios podría esclarecer, resultados de los cuales nada puede aprenderse ni experiencia alguna puede lograrse. Cincuenta años de experiencias de este tipo son como mirar durante cincuenta años en un caleidoscopio lleno de objetos desconocidos y coloreados girando permanentemente; ¡millares de figuras siempre cambiantes y ninguna razón que las explique!” (49). Del mismo modo en el parágrafo 19 de la primera ed. del Órganon no se hace referencia alguna a lo que dice el Dr. Pinet; en dicho parágrafo se hace referencia a la curación por los semejantes en las enfermedades que así lo sean.
Afirma el Dr. Pinet lo que sigue: “Las enfermedades no son unos cambios mecánicos o químicos de la sustancia material del cuerpo y no dependen de una materia morbífica, pero son alteraciones dinámicas de nuestra existencia (§ 25; 6ª ed. § 32)”. El parágrafo 32 de la sexta edición dice: “§ 32. Pero muy diferente es la acción de los agentes morbíficos artificiales denominados medicinas. Toda medicina auténtica actúa siempre bajo cualesquiera circunstancias, en todo ser humano y produce en él sus síntomas peculiares (nítidamente perceptibles si la dosis fuese suficiente) de modo que todo organismo humano vivo puede, evidentemente, ser afectado de una enfermedad medicamentosa, como si con ella hubiese sido inoculado, en cualquier momento y sin excepciones (incondicionalmente), aunque -como ya fue dicho- ese no es el caso tratándose de enfermedades naturales” (49). La reproducción del parágrafo, viene al caso para tratar de entender que una traducción puede impeler al lector a entender un concepto en base a unos argumentos que en absoluto utilizó el autor, así, decir que las enfermedades no dependen de una materia morbífica, es un extremo que desde luego con las traducciones que nosotros manejamos no se puede corroborar, en el parágrafo 49 de la primera edición encontramos: “Ciertas enfermedades están causadas por un agente especial de contagio (un miasma individual de un tipo bastante permanente). Algunos ejemplos son la peste de Levante, la varicela, el sarampión, la verdadera fiebre escarlatina, la enfermedad venérea, (Obsérvese que Hahnemann emplea el singular) la sarna de los trabajadores de la lana, así como la rabia, la tos ferina, la plica clónica, etc. Estas enfermedades parecen ser tan independientes en su curso y carácter, que siempre que aparecen pueden ser identificadas por sus persistentes signos como viejas conocidas. Por lo tanto, es posible adjudicar a cada una de ellas un procedimiento terapéutico regular y conocido. Atendiendo por tanto a este precepto, quede claro que Hahnemann da a entender que las alteraciones dinámicas que estas enfermedades producen, lo son, gracias a lo que el llama miasma individual, que se podría asimilar a la materia morbífica a la que se refiere el Dr. Pinet.
Según el Dr. Pinet, Hahnemann trata la falsa teoría que reinó desde el origen del arte medico hasta entonces, según la cual toda enfermedad estuvo basada en una sustancia cierta, es decir en una materia morbífica muy sutil (o una acritud venenosa), que había que evacuar (sangre y otros humores) por el sudor (transpiración), por la orina y, principalmente, del pecho, del estómago y del tubo digestivo, para llegar a curarse de la enfermedad (§ 49: 6ª ed. § 54). Esta creadora material de la enfermedad, la materia morbífica, la cantidad de acritudes supuestas suelen ser la base de las enfermedades, es, según él, imaginario (§§ 49 y 51). Para él, esto daba con los sentidos una representación grosera y fácil de la enfermedad (§ 50). Esto son ensueños puros e hipótesis prudentemente inventadas para la comodidad de la teoría (§ 52).
Contra la hipótesis imaginaria de la materia morbífica, adelanta las razones siguientes:
- La fuerza vital no podría tolerar mucho tiempo esta materia morbífica cuando provoca fiebre, supuración o gangrena al final, según Hahnemann, para evacuar un cuerpo extraño (§ 54).
- Nadie vio la materia morbífica. "¿Quién jamás vio la materia que engendra la gota, que jamás vio el veneno, que produce las escrófulas, u otro veneno cualquiera y pretendido morbífico? " (§ 55) (19). ¡Qué vulgar error metodológico y epistemológico de negar lo que no se ve! Es con el mismo tipo de argumentos que se niega que hubiera algo en los remedios homeopáticos.
- Si Hahnemann reconoce (§ 56) que se inoculó enfermedades introduciendo en heridas una sustancia material, niega que esta sustancia se haya insinuado en los humores o hubiera sido absorbida por ellas. No podemos pesar la sustancia material. El que tiene un “informe venéreo” no podrá impedir con certeza la infección lavándose enseguida los órganos genitales. También el menor soplo de un enfermo alcanzado por viruela comunicará la enfermedad. En una nota del mismo parágrafo, desmiente que el miasma sea material y que sea análogo a un fermento: "Deseamos poder hacer pasar esta materia pútrida y esta agua ulcerosa hedionda que a menudo se muestra en cantidad por muy grande en las enfermedades, para una materia que engendra y fomenta el dolor. Sin embargo, no podíamos percibir ningún miasma material que en el momento de la infección pasase de un cuerpo a otro. Pues imaginamos la hipótesis de que la materia infecciosa, por sutil que sea, actúe en el cuerpo como un fermento, comunica a los humores la corrupción donde ella misma se encuentra, y las metamorfosea así en un fermento morbífico quién aumenta siempre durante la enfermedad y le alimenta sin cesar " (19).
El Dr. Pinet sigue diciendo: “Esta crítica no es muy feliz, evidentemente. El contagio ínfimo de una carta escrita en la habitación de un enfermo parece probarle a Hahnemann que la sustancia morbífica material no existe (§ 56)”.
La citación precedente podría hacer creer que Hahnemann consideraba los miasmas como si fueran inmateriales. De hecho, el traductor tradujo mal y fue mal interpretado el texto. Hahnemann no utiliza la expresión " miasma material ". Exactamente dice: " ya que en el momento del contagio al pertenecer nada perceptible al miasma, nada material podía haber penetrado en el cuerpo (da doch bei der Ansteckung nichts Merkbares von Miasm, nichts Materielles in der Körper eingedrungen pecho konnte). " Hahnemann cree que ya que la limpieza más rápida de la región infectada no impide el contagio, la influencia mórbida del miasma no es de naturaleza material. Sin embargo, jamás expresó la idea de una inmaterialidad total de los miasmas, lo que entraría en contradicción con su hipótesis, emitida desde 1795, que los miasmas son animáculos. En este punto debo decir que Hahnemann afirma en uno de sus escritos menores, a saber: “Espíritu de la Doctrina Homeopática” que “la influencia de las causas morbíficas, la mayoría de las cuales actúan desde el exterior para generar en nosotros las diversas enfermedades, es casi siempre invisible e inmaterial…”. Para Pinet, lo que considera inmaterial es la fuerza dinámica espiritual (die geistig dynamische a Kraft) que el miasma posee en él y la acción que tiene sobre el organismo por su intermedio. Es por eso que, en su obra sobre las enfermedades crónicas, cualificará los miasmas de semiespirituales. El Dr. Giampietro, en referencia a esto escribe: “podemos entender que el miasma agudo o crónico, se inicia en los seres humanos desde afuera, a través de una noxa infecciosa y dinámica que deja como huella un desequilibrio también dinámico de la fuerza vital. Esto no quiere decir que nuestros pacientes se enfermen siempre desde afuera, es decir por infección, si bien durante una epidemia o ante el contagio de un nuevo miasma crónico puede que sí, pero en la actualidad nos encontramos en la mayoría de los casos que sus síntomas vienen de adentro provocados por sus miasmas latentes y presentes desde el nacimiento por herencia (en este punto el Dr. Giampietro hace referencia a la Dr. Cristina Otilia Viqueira en 1999, que tradujo en la Escuela Médica “Tomás Pablo Paschero” el Tratado de Enfermedades Crónicas). A veces estos miasmas están engendrados por vacunaciones, sueros, tratamientos equivocados o enfermedades venéreas que dejaron el correspondiente sello miasmático sobre la fuerza vital y en la consulta lo vemos como síntomas y signos modalizados según uno u otro miasma” (50). La comprensión del miasma latente y su estudio, nos llevaría toda una obra, que por otra parte ya está escrita, remito al lector a ella: Doctrina y Clínica avanzada en Homeopatía, del Dr. Ernesto J. Giampietro.
Afirma el Dr. Pinet que en el § 59 (entiendo que de la segunda edición), asegura que las acritudes y la inmundicia del cuerpo, las materias pretendidas morbíficas, todas estas sustancias supuestamente perjudiciales, jamás existieron y jamás fueron las creadoras y las nodrizas de las enfermedades. Este extremo no se refleja en la primera edición cuyo parágrafo transcribo a fin de concretar: “¡Desearía poder expresar cuán diferentes, cuán infinitamente diferentes, pueden ser aquellas enfermedades que resultan de la acción de esas innumerables fuerzas, a menudo muy hostiles! Tales diferencias se hacen patentes cuando dichas fuerzas, en mayor o menor número, afectan a nuestros cuerpos en sucesiones diversas, indiferentes formas y en diversas intensidades. Y además , nuestros cuerpos varían tanto, interna y externamente, según el individuo, y las peculiaridades y condiciones de vida son de tan múltiple variedad, que ningún ser humano se asemeja exactamente a otro en ningún punto imaginable”.
Afirma el Dr. Pinet: Anotemos que los §§ 55, 56 y 59 desaparecen de la sexta edición. La materia morbífica no existe en ninguna parte en el organismo (§ 60). Sin embargo, Hahnemann parece tener una pequeña duda cuando dice: "... Y a pesar de todo podría existir allí, ciertamente no se encontraría en el tubo digestivo, que el mismo se desembaraza infaliblemente y con facilidad de toda sustancia heterogénea " (§ 60) (19). Reafirma más lejos que ninguna enfermedad tiene como base una sustancia material salvo las debidas sustancias indigestas y perjudiciales y tragadas o quienes entran de otra manera en las primeras vías o en otras aberturas y las cavidades del cuerpo, las debidas a los cuerpos extraños que penetran a través de la piel y las ocasionadas por heridas (§ 62). En mi búsqueda en los parágrafos a que se refiere, tanto en la primera como en la sexta edición, no he encontrado alusión alguna a lo que él expresa, sin embargo he de decir, que en la nota 2 de “Espíritu de la Doctrina Homeopática” de Escritos Menores (46) aparece el siguiente comentario: “Deberemos exceptuar algunas enfermedades quirúrgicas y males producidos por cuerpos extraños no susceptibles de digestión y que en ocasiones se introducen en el tubo digestivo”.
Continúa el Dr. Pinet: Las sustancias morbíficas son el producto de una imaginación grosera, sensual y ciega. Lo mismo que el principio vital es inmaterial, la causa excitativa de las enfermedades tiene una fuerza también inmaterial y dinámica (§ 58). Medimos bien el papel necesario pero puramente que pone en marcha y es instantáneo, y finalmente, accesorio, la causa morbífica por esta reflexión del § 6: " es así que la enfermedad, una vez producida, continúa su curso independientemente de la causa primitiva de su existencia y sin que ésta esté todavía presente. Cómo pues pudimos buscar en el levantamiento de esta causa la curación de la enfermedad; ¿ tal causa que no este presente más, tan pronto como la enfermedad existe en efecto? " (19).Dicho correlato si tiene correspondencia a lo expresado en la nota al parágrafo 6 en la primera edición: “ Así pues, una vez establecida la enfermedad, continúa independientemente de su causa próxima, excitante primera; continúa sin más necesidad de su causa; continúa incluso si su causa ya no existe ¿Cómo puede, entonces, la eliminación de la causa ser considerada como la principal condición para la curación de la enfermedad?”.(49) Observemos aquí cómo una traducción y otra si bien semejantes, no son idénticas.
El Dr. Pinet basando su estudio en la segunda edición del Órganon, al hablar de Hahnemann, explica que éste reafirma que las materias purulentas son unos productos de las enfermedades y no sus causas. Resultan más bien, dice, del desorden dinámico de la facultad vital (§ 58). Las materias morbíficas son sólo unos síntomas del dolor (§ 63) que desaparecerían si se curara la enfermedad. Fundar la enfermedad venérea y la sarna de los obreros de lana sobre una sustancia morbífica es, según él, un error muy general (§ 64). Del mismo modo, que jamás son una consecuencia de la enfermedad y su causa.
Insiste el Dr. Pinet en su trabajo sobre la segunda edición del Órganon que en el § 215, califica de pobres cabezas a los que pueden imaginarse las cosas espirituales sólo bajo una forma material hecha para ser tocada al dedo y dotada de un movimiento maquinal, y los que condenan los tratamientos locales (como él mismo lo hace por razones diferentes) engañados que están por su creencia falsa en la repercusión, es decir en la idea que la supresión de los síntomas locales arrastra la absorción y la reapertura en el cuerpo de la materia morbífica.
A la lectura de todo esto, parecería legítimo decir que Hahnemann usa a la vez de un antimaterialismo primario y de un sensualismo o un empirismo grosero e incapaz de imaginar aquí y representarse sustancias mórbidas a la vez sutiles y corporales. Debemos, no obstante, anotar que Nugent, Cullen, Hunter y ciertamente otros autores recusan la doctrina de los humores y de su corrupción para explicar las enfermedades. Pero creo, sobre todo, que Hahnemann estuvo dominado por el modelo de la acción magnética, es decir la acción a distancia, sin contacto material, que aplica sobre las causas mórbidas naturales y sobre las medicinas, como Paracelso y Harnero Helmont lo habían hecho antes que él.
En esta edición de Organon interviene una nueva tesis que concierne a las enfermedades crónicas (§ 228). De nuevo entiendo que el Dr. Pinet hace referencia a la segunda edición del Órganon. Éstas poseen un miasma limpio pero presentan una sintomatología polimorfa porque expresan en cada individuo una parte de su sintomatología característica completa. La apariencia de las enfermedades crónicas varia pues entre los diferentes enfermos, Hahnemann considera necesario buscar en cada caso la causa primitiva verdadera de la enfermedad crónica que toca este caso (es decir determinar su miasma específico) si no se quiere errar en la elección del remedio homeopático específico (porque no hay más que escoger este remedio únicamente según la sintomatología visible).
1828
En esta fecha aparece la primera edición de un tratado doctrinal, “Las enfermedades crónicas " que representa una etapa importante de la evolución de Hahnemann porque reforma allí bastante considerablemente su doctrina, aunque la idea de enfermedad crónica y los conceptos de miasma venéreo y de miasma psórico existen por lo menos desde 1801.
En 1832 aparecían dos traducciones en francés de esta primera edición alemana, una por Bigel, la otra por Jourdan. Utilizaremos los dos tomos de Jourdan (23). Lo completaremos con la traducción al español publicada por la Academia de Homeopatía de Asturias (48). Así, como no poseemos el texto alemán de la primera edición, tomaremos los términos alemanes que nos interesan de la segunda edición (24) alemana cuando éstos ya parecen pertenecer a la primera edición.
Hahnemann reagrupó cantidad de enfermedades crónicas, que la patología de su época distinguía y que la patología moderna todavía considera para la inmensa mayoría distintas, bajo una denominación única: la psora o la enfermedad psórica (die Psora o Krätzkrankheit), porque son debidas supuestamente a una causa fundamental única: el miasma psórico. Este miasma, que Hahnemann imagina al principio de la casi totalidad de las enfermedades crónicas, posee caracteres que parecen, hoy, muy extraños desde la perspectiva alopática. Es secular, como la enfermedad que engendra, habiendo atravesado generaciones múltiples y a millones de seres humanos; es muy singular: "Durante todo el tiempo que fluyó desde la época cuando golpeó al género humano, porque la historia más lejana de los más antiguos pueblos no sube en absoluto hasta su origen, los fenómenos mórbidos por los cuales se manifiesta adquirieron tal extensión, hasta cierto punto explicable por el desarrollo inmenso que debió tomar después tanto tiempo en tantos millones de organismos por los cuales pasó, que no se puede casi más que contar sus síntomas secundarios, y que todas las afecciones crónicas que figuran bajo cien nombres diferentes en la patología ordinaria, la reconocen como fuente verdadera y única, a excepción de las que " son debidas a la sífilis, y de las, mucho más raras todavía, que provienen de la sycosis " (2 3). "... La sarna (Psora) es un miasma crónico de un carácter muy particular que, después de tantos siglos ha atravesado (durchgehen) varios millones de organismos humanos... " (23).
El miasma psórico tiene, además, un poder contagioso mucho más grande que el de otros miasmas crónicos: " sin embargo la enfermedad psórica es la más contagiosa de todos los miasmas crónicos. Posee esta propiedad en un grado mucho más alto que los dos otros miasmas crónicos, la enfermedad venérea chancrosa y la enfermedad sycósica. Para que la infección se efectúe con estas dos últimas, hace falta, al menos, que el miasma hubiera sido introducido en una herida, o al menos que partes de nuestro cuerpo muy ricos en nervios y recubiertas con una epidermis muy delgada, como son los órganos sexuales, hubieran experimentado un cierto grado de frotamiento. Pero el miasma psórico necesita sólo el contacto de la epidermis general, sobre todo entre los niños. Cada uno tiene, y casi en todas las circunstancias, la aptitud para ser infectado por este miasma, lo que no es en absoluto el caso para otros”. " Ningún miasma crónico generalmente infecta más, más ciertamente, más fácilmente y de manera más absoluta, que el miasma psórico " (23).
Hahnemann dice que la psora, en el curso de su desarrollo secular, pudo expresarse poco a poco, en todas las constituciones físicas únicas que atravesó, bajo formas innumerables que son diferentes las unas de otras (von einander abweichender Formen in seiner Äusserung) también a causa de circunstancias exteriores diversas. Añade, que es por este hecho, que no asombra que un remedio único no pueda bastar para la curación de todas estas formas de la sarna completa (ganze Psora). Schmidt, en la traducción de este pasaje, habla de "virus psórico " y de sus "mudanzas", términos demasiado modernos para dar cuenta escrupulosamente del texto.
La doctrina de las enfermedades crónicas fue, desde su aparición, fuertemente dudosa, incluso en las filas de los homeópatas, ya que el miasma psórico jamás ha sido confirmado por la ciencia y los que lo critican dicen, no sin cierto sarcasmo, que no parece existir, más que en la imaginación de su autor. “El sarcoptes de la sarna produce sólo un parásito cutáneo muy particular y ningún miasma es transmitido por su intermedio”, esta es otra de las explicaciones que estamos acostumbrados a escuchar. Sin embargo, el desarrollo de la genética desde el siglo pasado, nos ha confirmado que pequeñas variaciones cromosómicas pasan de generación en generación, y que de este modo el morfotipo y el genotipo que han cambiado, permanece estable en las generaciones posteriores. Todavía, no tenemos explicación a la forma en que sucede dicho cambio (hay quien alude a mutaciones e incluso a variaciones, combinaciones u otras alteraciones genéticas) y por tanto, aunque cerca de su comprensión aún no tenemos la certeza de su conocimiento.
Hahnemann es pertinente cuando niega el carácter espontáneo de la sarna (en el cual incluye muchas enfermedades cutáneas propiamente parasitarias): " cuando estos exantemas son un poco abundantes, los autores les dan el nombre de sarnas espontáneas. Verdadera forma de razón; porque, con la historia en la mano, jamás se encuentra sarna que haya sobrevenido de otro modo que por infección (Ansteckung), y esta misma enfermedad no puede más que reproducirse ahora sin el concurso del miasma psórico " (23).
Es notable que, desde la primera edición, Hahnemann parezca asimilar los miasmas crónicos a parásitos: " ellas (las enfermedades crónicas) todas deben pues tener por causa los miasmas crónicos estables (festständig), que les permiten aumentar continuamente el círculo de su existencia parasita (ihre Parasiten-Existenz) en la economía humana " (23).
¿Cuáles serán ahora los papeles respectivos jugados por el miasma de un lado, y la constitución del otro? Para Hahnemann, la enfermedad se generaliza instantáneamente tan pronto como el miasma entró en contacto con el individuo. ¿Que quiere decir esto? Esto significa que el organismo entero, en el cierto momento y en un instante, percibe la presencia del miasma: "la infección por los miasmas de las enfermedades exantemáticas, tanto agudas como crónicos, se efectúa, sin duda alguna, [en un instante que es lo más favorable para la infección].
"Cuando las viruelas o la viruela de la vaca (vacuna) comienzan, es en el instante cuando por el efecto de su inoculación, el líquido mórbido entra en contacto en la herida sangrienta hecha en la piel, por los nervios, que, en el mismo momento, comunican irrevocablemente, y de manera dinámica, la enfermedad a todo el sistema nervioso " (23).
Lo reafirma en el caso de la sífilis: " en efecto, tan pronto como a consecuencia de un coito impuro el miasma sifilítico se encontró impregnado en la parte sobre la cual frotó, desde este mismo momento no es local más, y el sistema nervioso entero, todo el cuerpo vivo ya percibió su presencia; el miasma ya se hizo la propiedad del organismo entero " (23).
Esto entra en contradicción con lo que dice sobre el miasma psórico en que el organismo se apropia “sich aneignen” sólo poco a poco (allmählig). Hahnemann es muy consciente de que existe para las enfermedades miasmáticas agudas y crónicas, un período de invasión antes de la erupción característica de cada enfermedad. No es claro que el instante de la infección corresponda a la penetración del miasma en el organismo y si la fase de invasión es concomitante de un desarrollo cualquiera del miasma (invasión por multiplicación). Resulta más bien, aquí todavía, que la presencia del miasma es necesaria sólo en el momento de la infección sino no durante la fase de desarrollo de la enfermedad. Éste, parece el papel del sistema nervioso informado por la presencia del miasma que jugaría entonces, asociado con otras causas exteriores. Hahnemann repite a propósito de muchos miasmas que, la infección una vez adquirida, un tratamiento local inmediato jamás es eficaz. Pero explícitamente no afirma nunca que la infección consiste en una penetración o una difusión del miasma. No evoca a más que una excitación (Erregung) específica que se comunica (mitteilen) invisiblemente e instantáneamente a todo el sistema nervioso. En su favor se queda la expresión "existencia parásita" cuya interpretación exacta es sin embargo difícil porque parece aplicarse más las enfermedades que a los miasmas propiamente dichos.
Señalemos que atribuye la gangrena del bazo a un miasma agudo y dice que la sangre de un animal alcanzado de esta enfermedad infecta muy a menudo al hombre cuya piel es manchada por esta sangre.
Hahnemann condena, al mismo tiempo en las de enfermedades puramente locales, la práctica alopática de tratamientos simplemente locales y externos. Es muy perjudicial, repite, tratar localmente las enfermedades cutáneas que producen la psora u otras enfermedades crónicas porque representan exutorios que alivian la enfermedad interna. Esta práctica perniciosa arrastra sólo la aparición o la reaparición de síntomas violentos. Hahnemann no la vilipendia por temor de una repercusión (vimos que se burla, como Hunter por otra parte, de los que tienen miedo que el tratamiento local provoque una repercusión, entendida como reapertura de una materia morbífica, ya que no cree en la existencia de tal materia). Hahnemann no emplea el término de repercusión entre los que se sirven los traductores pero siempre el de supresión (Vertreibung). Concerniendo a la psora, matiza su declaración asegurando que el peligro de la supresión de un exantema cutáneo es grande sólo si es antiguo, crónico, es decir si la psora ya está evolucionada; mientras que si la erupción es reciente, poco extendida, y es la primera manifestación de la psora en su principio, su supresión no arrastra ni tiene consecuencias lastimosas ni de peligro inmediato. Pero tal tratamiento es en todos los casos inútil porque las enfermedades crónicas no pueden curarse ni espontáneamente ni por algún medio local.
QUINTA PARTE: De 1831 a 1843
De 1831 a 1843: el genio de Hahnemann a propósito del cólera: los conceptos de portador sano y de miasma vivo que se multiplica; el tratamiento dualista de Hahnemann - El "contagio" o "La infección" de la virtud medicinal - La generalización de la hipótesis animacularia - Los miasmas, los parásitos semiespirituales - La utilización del modelo magnético por Hahnemann - Los tipos de inmunidad.
1831
Durante este año aparecerán, parece, cinco publicaciones de Hahnemann respecto al cólera, que son fundamentales. La más importante y más completa es la última, que data de octubre, donde figura la tesis de Hahnemann de mayor interés, titulada: "llamamiento a los filántropos pensantes sobre el modo de contagio del cólera asiático”. En su traducción al español se titula “Aplicación de la homeopatía en el tratamiento del cólera espasmódico o asiático" (46).
Reencontramos allí, considerablemente madurados, los temas del " amigo de la salud " pero iluminados, además, por la idea capital de la naturaleza viva del miasma (el del cólera).
1. La doctrina del contagio
Hahnemann lo trae aquí, sólo a la enfermedad particular que estudia, el cólera. Categóricamente lo afirma esta vez. Presenta primero ambas tesis rivales, una que contempla la pestilencia (Seuche) como de naturaleza atmosférica y telúrica, de golpe difusa, contra la cual, por consiguiente, no se sabría proteger (porque se encuentra por todas partes presente en el aire). La otra afirma que la epidemia se propaga solamente por contagio de un individuo a otro.
Los argumentos a favor de la primera tesis que defiende Hufeland son:
- La epidemia estalla muy rápidamente (hasta en un día) de una extremidad a la otra de la ciudad;
- Los médicos que asisten a los enfermos permanecen generalmente indemnes a la enfermedad y quedan en buena salud aunque hubieran estado en contacto diario con las víctimas del cólera o hasta en contacto estrecho con la materia pestilente.
Esto representa, para los defensores obstinados de esta tesis, dice Hahnemann, la experiencia crucial, ”experimentum crucis". “¡Una aserción totalmente falsa y horriblemente perniciosa!", exclama, en otro lugar: "esta aserción presuntuosa, inconsiderada y totalmente falsa ya costó millares y millares de vidas " (27).
Se opone de modo virulento a estos argumentos por las razones esenciales siguientes:
- Si el miasma esta uniformemente distribuido en la atmósfera, no podríamos explicar la exención perfecta de la enfermedad de ciudades pequeñas y de pueblos situados sin embargo en la zona epidémica, que tuvieron éxito al preservarse del cólera por medidas draconianas de aislamiento frente a las personas exteriores. Al contrario, la doctrina del contagio lo explica fácilmente.
La doctrina de la inmunidad activa:
Encontramos tres factores que intervienen, según Hahnemann, en el contagio:
- La costumbre del miasma. Volveremos a ella.
- La distancia entre el enfermo o el portador sano y el sujeto nuevo. Cuanto más próximo está un sujeto, más riesgo tiene de infectarse. Con la distancia se aumenta la dilución del miasma (verdünntes Miasm), la atmósfera miasmática (Miasma-Dunstkreise) se debilita al mismo tiempo que la agresión del miasma que flota en esta atmósfera diluida (von dem ira verdünnteren Dunstkreise schwebenden Miasm). Así, si la distancia es bastante grande, la fuerza vital podrá, sin combate, superar esta agresión, permitiendo luego, por el desarrollo de una inmunidad contra el miasma, un contagio más estrecho.
- El género de vida del enfermo. Los sujetos enervados por su mala manera de vivir están más dispuestos a infectarse porque están debilitados. Así, entre las personas que se acercaron a los enfermos más allá de una distancia cierta, para la misma distancia los más debilitados se infectarán.
2. La doctrina de la inmunidad activa
El carácter aparentemente más dulce que toma en el curso del tiempo el cólera en una ciudad hasta la extinción de la epidemia se explica, siguiendo a Hahnemann, por el hecho de que al principio el miasma encuentra sólo organismos no preparados para los cuales hasta el miasma colérico más tenue (dünn) es algo completamente nuevo, nunca antes experimentado por ellos, y por consiguiente es más capaz de infectarlos. Es por eso que la infección es entonces más frecuente y más perniciosa. Pero, al mismo tiempo que los casos aumentan, la mezcla de los habitantes aumenta la cantidad del miasma diluido, creando una suerte de atmósfera miasmática local. Cada vez más individuos pueden entonces acostumbrarse gradualmente a esta atmósfera miasmática y endurecerse contra ella mientras que el número de habitantes infectados y de infecciones severas disminuye, hasta que por fin la epidemia se apague cuando todos los individuos se acostumbraron, casi uniformemente, contra esta atmósfera de miasmas.
La razón que adelanta luego contra la tesis de los contagionistas, es decir, que si el miasma existe en la atmósfera general, formando una constitución supuesta y epidémica del aire, los últimos enfermos no deberían ser menos numerosos que los primeros (el miasma que sería supuestamente repartido de modo homogéneo en la atmósfera) - revela que la dilución del miasma, que progresivamente se difunde en la población por contagio, es, para él, el factor esencial en la adquisición de la inmunidad por los individuos de donde resulta la desaparición de la epidemia.
Hahnemann es fiel a su método de inmunización gradual de las personas no debilitadas. Ella consiste en acercarse cada vez más cerca de los enfermos dejando entre cada "contacto" intervalos de tiempo para permitir curarse de este contagio. Describe detalladamente este procedimiento en el caso del médico que consulta a sus enfermos. Un médico, puede pues, involuntaria e inconscientemente inmunizarse. Es la razón por la cual, explica Hahnemann, se imagina presuntuosamente y falsamente que la enfermedad no es contagiosa.
3. La naturaleza viva del miasma
Explica el hecho invocado por Hufeland, que marineros, aunque aislados en el mar sobre una embarcación, cogieron el cólera, por las frecuentaciones de la embarcación de la atmósfera miasmática que se extendería más allá de las costas a partir de la ciudad infectada. El contagio, pues, es posible tanto con un miasma diluido cuanto más aun, cuando los marineros están inacostumbrados al miasma y son a menudo intemperantes.
Tiene entonces, sobre la naturaleza de los miasmas, una visión profética: " a bordo de las embarcaciones, cuyos espacios son cerrados, llenos por vapores húmedos y enmohecidos, el miasma del cólera encontró un elemento que favorecía su reproducción, prospera y se desarrolla en una nidada de seres vivos cual enemigos y asesinos del género humano, infinitamente valorados, invisibles, que constituyen, de manera más probable, la materia contagiosa del cólera " (27).
Anotemos, a pesar de todo, que Hahnemann considera que, en tales condiciones, el miasma no se concentra más (dichter), si no que permanece (verschlimmerte).
Hahnemann desarrolla perfectamente el concepto, capital en epidemiología, de portador sano, cuya importancia sólo crecerá para volverse común hoy y hasta de candente actualidad. Los marineros, que sobrevivieron inmunizándose contra el cólera y " que tienen la apariencia de la salud " infectan brutalmente a los sujetos nuevos a los que se acercaron al desembarcar. Para Hahnemann, es evidente que esto resulte solamente de la " nube invisible que se cierne alrededor de los marineros sanos y formada posiblemente por millones de tales seres vivos y miasmático". Más lejos, habla de "materia (probablemente viva) contagiosa e invisible y que sin cesar se crea " sich immerbar ferner generirenden y por fin de " miasma (que, probablemente, es constado por seres innumerables vivos e invisibles) " (27).
Hahnemann califica al médico, envuelto con el miasma reciente y que niega el contagio, de " el ángel de la muerte del cólera ", porque nadie se percibe de la falta que hace porque esta enmascarada, invisible, y es tanto más peligrosa. Porque, cual ojo muy poderoso observaría el peligro invisible de "¿estos portadores de miasmas, algunos quedan sanos, y otros, por todas partes donde van, hacen abrasarse de enfermedades a los mortales?" (2).
Todo esto es muy juicioso. No olvidemos en que época se plantean estos conceptos y con qué herramientas se contaba.
4. El concepto de adaptación del miasma
Hahnemann emite, bastante tímidamente no obstante, la idea de que los miasmas pueden adaptarse a su medio físico cercano. Así, supone que los miasmas del cólera procrean (erzeugen) primero sobre las orillas pantanosas de las aguas tibias del Ganges y, buscando preferentemente al ser humano, se lo adhieren estrechamente. Sin embargo, transportados a lo lejos a regiones más frías, su fecundidad (Fruchtbarkeit), y su fatal poder destructor disminuye porque se acostumbran a estas regiones.
5. El tratamiento del cólera
Afirma que el alcanfor previene el cólera y es el solo tratamiento curativo al principio de la enfermedad. Anotamos con interés que aquí Hahnemann no elimina la posibilidad de una acción química del alcanfor ya que sostiene que el alcanfor destruye y extermina “vernichten und ausstilgen” el miasma, tanto en como alrededor del paciente (an und in dem Kranken), y hasta en las ropas, su ropa blanca, su cama, y también sobre el mobiliario y las paredes de su habitación. El vapor de alcanfor penetra estos objetos. En sus notas, preconiza el rociar con espíritu de alcanfor a los recién llegados, así como a los bienes y las cartas, que sean sospechosas. Esta práctica es, según él, el medio más seguro de aniquilar el miasma colérico transportado en vehículo. Niega, en cambio, toda acción del cloro sobre el miasma del cólera.
Observamos que la dosis del alcanfor apenas es homeopática ya que únicamente utiliza alcohol alcanforado (una parte de alcanfor disuelto en doce partes de vino aguado) lo mismo que el ensayo del remedio ya que preconiza darlo en el intervalo de cinco minutos y, en el ínterin, friccionar al paciente. Si prescribe solamente una gota por vía oral, la dosis utilizada en fricción no parece despreciable, aunque se puede preguntar si existe en este caso una acción del alcanfor por immunoestimulación y no simplemente por neutralización química del miasma.
Una carta de Hahnemann del 17 de julio de 1831, publicada en parte por Haehl, demuestra que muy rápidamente el público fue golpeado y estuvo inquieto a causa de las dosis fuertes de alcanfor preconizadas por Hahnemann. El público no comprendía que estas dosis eran incluso superiores a aquellas que utilizaban los alópatas, y creía que si el alcanfor se ponía de acuerdo a dosis homeopáticas en los enfermos, las dosis empleadas por Hahnemann deberían matarles. Pero Hahnemann perfectamente había respondido, de antemano, a esta objeción, desde su segunda publicación sobre el cólera, es decir, sus dos " Cartas sobre el tratamiento curativo del cólera " (su primera publicación había sido censurada en Koethen).
En un pasaje de la primera carta, fechada del 28 de junio de 1831, ya citado por Haehl, Hahnemann explica que el alcanfor conviene especialmente al cólera y, además, "posee, hasta su vapor, preferentemente a todos los demás remedios, la propiedad de matar rápidamente a los animales de orden inferior, los más menudos, y así es el más rápido para matar y para aniquilar el miasma del cólera (que, es el más probable, y consiste en un ser vivo que escapa de nuestros sentidos, que se adhiere a la piel, los cabellos etc. hombres o a sus trajes(ropas), y así pasa invisiblemente de hombre a hombre), de modo que libra a los pacientes del miasma y de la enfermedad que éste provoca, y les restablece. - a este fin el alcanfor debe ser utilizado lo más ampliamente posible (in voller Ausdehnung) " (26).
Sin embargo, en la carta siguiente del 11 de julio, estamos sorprendidos de que Hahnemann considera en su tratamiento el empleo de una "pequeña" dosificación de alcanfor. En su ensayo "casi instantáneo", necesitado por la naturaleza especial del alcanfor, que, para Hahnemann, le da la apariencia de una gran dosis, que actúa de manera paliativa. Esto es teóricamente imposible, asegura Hahnemann que, curiosamente, contempla aquí la acción del alcanfor sólo sobre el organismo. Porque si estaba en su derecho de negar toda acción paliativa del alcanfor, ciertamente no preveía una consecuencia de sus observaciones muy pertinentes sobre la patogenia del cólera. En efecto, devolvía en honor y hacía claro un método que absolutamente había condenado sin embargo, es decir la posibilidad de utilizar remedios heterogéneos a los síntomas del enfermo, y no era hasta necesario estudiar su efecto sobre el hombre sano ya que directamente podían aniquilar los miasmas.
Así, Hahnemann mismo, destruía, involuntariamente y posiblemente de forma inconsciente, un faldón de su crítica contra la alopatía, y hasta anticipaba, si se puede atrever esta paradoja histórica, una rama de la alopatía moderna. Muchas disputas que opusieron más tarde homeópatas y alópatas están injustificadas, porque es claro que se puede a la vez ser “pasteuriano” y homeópata. Ambas cosas no son contradictorias de ninguna manera como lo ilustran, por ejemplo, Bassi, pasteuriano antes de Pasteur, que testó con éxito la Homeopatia, o Jousset, autor celebre del libro: " Hipócrates - Hahnemann - Pasteur: constitución de la terapéutica".
Lógicamente, Hahnemann habría aceptado los tratamientos antiinfecciosos modernos, por lo menos en principio, porque luego la acción del hombre sobre el mundo microorgánico instauró nuevos informes entre ellos a menudo, pero no siempre, en provecho del hombre.
En todo caso, Hahnemann mismo mostró que no podía más que reivindicar el procedimiento homeopático como método único de curación.
1832
Dudgeon da el título de "Observaciones sobre el extremo de la atenuación de los remedios homeopáticos" a dos post-scriptum de Hahnemann y a un artículo de Korsakoff aparecido en los "Archivos de la medicina homeopática". Hahnemann expresa allí una idea extraña e intrépida. Repite allí una idea de Korsakoff según la cual un solo glóbulo seco de una alta dinamización es capaz de comunicar su virtud medicinal entera a 13.500 glóbulos no medicinales, con los cuales es sacudido durante cinco minutos, sin que su poder medicinal se debilite, esta transmisión maravillosa se producía por la proximidad y el contacto, y ser una suerte de infección (Infektion) a la infección (Ansteckung) de personas sanas por una sustancia contagiosa (Kontagium) traída a su proximidad o a su contacto.
Después de la analogía hecha entre las patogenesias y las enfermedades miasmáticas contagiosas que considera a todas las especies mórbidas, va pues aquí mucho más lejos, asimilando la transmisión a todo el vehículo, de la propiedad medicamentosa a un contagio miasmático. Juzga que esta visión es con todo lo nueva, ingeniosa y probable, que debemos estar agradecidos en primer lugar a Korsakoff. Sin embargo, al aceptar esta analogía, hoy podríamos decir, en consecuencia, que si la materia es capaz de multiplicarse, y este vitalismo generalizado (a pesar de las cartas de nobleza que le consagró Bergson) chocaría profundamente con nuestras concepciones tradicionales, en esta materia, de la antigüedad. Observemos, que a pesar de todo el empleo del vocabulario vitalista en física, lo que Bachelard estigmatizaba como característica del pensamiento precientífico, no desapareció totalmente, hasta en la física contemporánea, ya que, por ejemplo, se habla siempre de semi-vida de los átomos, de vida y de muerte de las estrellas o de las galaxias. Pero estos conceptos no parecen servir como principios explicativos, nada más que para quien los usa desde la arrogancia del “ser científico”, y solo se aceptan para otros, como descriptivos.
1835
En la 2ª edición de las enfermedades crónicas, Hahnemann añadió una nota muy importante que prolonga, generalizándolo a todos los miasmas, tanto agudos como crónicos, su hipótesis de la naturaleza animacularia del miasma del cólera. La traducción de esta nota es bastante delicada. He aquí el que proponemos: "¿O estos diferentes miasmas agudos, mitad espirituales (halb geistige) no tienen una naturaleza especial, tal como penetran la energía vital (Lebenskraft), con todo en el primer instante del contagio y le hacen enfermar, de una manera que es la de cada uno de ellos, luego crecen (wachsen) rápidamente en ella, a manera de los parásitos (auf Parasiten-Art) y se desarrollan, generalmente al mismo tiempo que una fiebre particular, y se apaga (ersterben) de ellos mismos después de haber producido (erzeugen) su fruto (Frucht) (la erupción cutánea plenamente sacada capaz de comunicar tiene como nuevo el miasma del contagio) permitiendo así al organismo vivo librarse de la enfermedad y curarse?”.
" A la inversa, los miasmas crónicos no son unos parásitos mórbidos (Krankheits-Parasiten) mitad espiritual, que continúan viviendo en el hombre que es contagiado, pero que, a diferencia de los miasmas agudos, no se apagan esta vez de ellos mismos, con la erupción que engendran primitivamente (pústula sarnosa, chancro, condiloma - [nacidos de] * ¿ su fruto contagioso también), y quiénes no pueden ser solamente destruidos y aniquilados sólo por medio de una contrainfección (Gegen-Ansteckung) por una potencia (fuerza) mórbida medicamentosa y más fuerte y muy semejante (el antipsórico), de tal modo que el enfermo sea liberado y cure? " (24).
[ Ndt: * añado estas dos palabras que, si mi interpretación es exacta, son implícitas en el texto.]
No es fácil decir si Hahnemann entiende por Frucht la progenitura viva de los miasmas o simplemente su efecto mórbido, es decir la lesión cutánea que provocan. Schmidt, en su traducción, opta más bien por la segunda interpretación. Observemos sin embargo que Hahnemann se sirve, en su artículo sobre el cólera, del término Fruchtbarkeit para designar la fecundidad de los miasmas, su capacidad de multiplicarse en una nidada de seres vivos. Está seguro, en todo caso, que considera de nuevo los miasmas seres vivos asimilándoselos a parásitos. Los califica de semiespirituales, término un poco pesado de una filosofía ambigua y arriesgada. ¿Porqué daba cuenta de que ni siquiera este calificativo por el hecho de que los miasmas debían ser mucho más minúsculos que los parásitos pero no más espirituales? Podemos suponer, sin embargo, que su concepción de las enfermedades como siendo debidas la mayoría de las veces a causas dinámicas o, aquí, semiespirituales podía favorecer la idea de la existencia de una materia inerte, pero viva, al principio de las enfermedades. No dejamos por otra parte de criticarle tal "vitalismo" a Pasteur mismo. Esta tesis era mucho más absoluta, sin embargo en Hahnemann, que extendió su vitalismo casi a todas las formas de materia.
1842
En la edición póstuma 6ª y última del Organon, Hahnemann, a pesar de sus hipótesis sobre la naturaleza de los miasmas, no modificó sus puntos de vista sobre la naturaleza de las enfermedades y hasta aporta algunos datos nuevos que abastezcan una iluminación sobre las fuentes de sus ideas. Examinaremos dos tesis esenciales.
1. Crítica de un papel eficiente y fundamental de una sustancia morbífica interna y
2. Crítica del organicismo (representación de la enfermedad por un atentado orgánico).
Considera siempre puramente imaginaria la sustancia mórbida, la “materia pecante”, que los prácticos facultativos de la Vieja Escuela creyeron que ellos encontraron en las enfermedades, y toda anomalía hipotética interna que se figuran ver allí. Esto son suposiciones vanas e hipótesis arbitrarias (§ 25 y § 54). Sin embargo, en el § 11, supone de nuevo que las enfermedades son puestas en marcha por agentes mórbidos hostiles hacia la vida, todavía considerando que la fuerza vital es inicialmente la única que sienta su influencia dinámica.
En el mismo parágrafo aparece una nota, ausente de la 5ª edición, conteniendo reflexiones que muestran la nocividad de la influencia de Paracelso y de Harnero Helmont. Hahnemann utiliza, a propósito de las enfermedades, que sean naturales o medicamentosas, el modelo magnético de estos últimos, el de una acción a distancia comparable a la de un imán. Esto es completamente característico. "... Del mismo modo un niño alcanzado por viruelas o por sarampión (melampiro silvestre) le comunica éstos a un niño sano, que se encuentra en las cercanías, sin el tacto (palpación), de manera invisible (dinámica), es decir que le infecta a distancia, sin que algo material (etwas Materielles) sea pasado por el niño contagioso en el que infecta, no más que algo material pasó del polo del imán a la aguja de acero que lo (la) confina. Una influencia puramente específica y espiritual, comunica al niño que se encuentra en las cercanías la misma enfermedad variólica o relativa al sarampión, de la misma manera que el imán transmite a la aguja que se encuentra cerca de él, la propiedad magnética " (28).
Esto ilustra lo que afirma justo antes: " así, por ejemplo, la acción dinámica de las influencias patógenas sobre el hombre sano, lo mismo que la fuerza dinámica que ejercen las medicinas sobre el principio vital para restablecer la salud humana, no es nada más que un contagio (Ansteckung) absolutamente privado de toda naturaleza material o mecánica, como lo es la fuerza de un imán " (28).
Medimos aquí el peligro de las analogías. Hahnemann es conducido por analogía a una interpretación del fenómeno contagioso.
En el § 73, Hahnemann hace una tentativa laudable e interesante de clasificar las diferentes enfermedades agudas. Por esta clasificación, parece que Hahnemann no considera todas las enfermedades epidémicas miasmáticas.
Entre las enfermedades debidas a miasmas agudos específicos, Hahnemann establece, de modo pertinente, una nueva dicotomía que ya figura en la 5ª edición (1833). Diferencia las enfermedades que destinan al hombre sólo, una sola vez en su vida (inmunidad definitiva), de las que se reproducen allí, de manera a menudo bastante semejante (inmunidad temporal). Como ejemplos de las primeras, cita las viruelas, el sarampión (melampiro silvestre), la tos ferina, la fiebre escarlatina alisa de Sydenham y las orejeras; incluye en los segundos la peste de Levante, la fiebre amarilla de los países marítimos y el cólera asiático.
Así como Hahnemann incluye el cólera entre las enfermedades miasmáticas y es en 1831 en que el miasma del cólera le parece ser, con una probabilidad muy grande, un animáculo; podemos considerar que atribuye a todos los miasmas una naturaleza animacularia o parasitaria, lo que parece atestiguar la nota que extrajimos de la 2ª edición de las enfermedades crónicas.
Comprendemos mal entonces, cómo pudo, simultáneamente o posteriormente a esta segunda edición, reforzar su visión del carácter inmaterial de las enfermedades, tanto naturales como artificiales, y de la acción inmaterial y a distancia de los agentes mórbidos.
Para acabar, precisemos que Hahnemann jamás utiliza los términos inmunidad, inmunizar, vacunación y vacunar, de quién se sirve Schmidt en su traducción.
* * *
Las ideas de Hahnemann sobre la patogenia infecciosa son a menudo notables y ciertamente tiene que envidiar poco a sus contemporáneos. Desde nuestro punto de vista, empañó un poco, sin embargo su obra, dando ciertos hechos de interpretaciones falsas que parecen resultar, a priori, filosóficos. Si, a mi parecer, no se evacua en absoluto en el lenguaje de la ciencia el vocabulario filosófico.
Es una mentira enorme la que hace Rouzé (43, p. 27) al decir que Hahnemann no se interesó por la profilaxis del contagio. Estamos de acuerdo en que se deben revelar los errores de Hahnemann, pero habría que por lo menos leer los textos. King, quienquiera bien que no crea en la homeopatía, consagra a eso un capítulo de sus obras (34), reconoce los méritos de ciertas ideas de Hahnemann, muy especialmente las medidas profilácticas que éste preconiza en " El amigo de la salud " contra las epidemias.
Para juzgar mejor a Hahnemann, habría que comparar sus ideas con las de sus contemporáneos o de sus antecesores. Muchas de sus ideas no son nuevas y, evidentemente, no puede asumir sólo la paternidad. Pero no es un menor mérito el de comprometerse sobre el rastro de ideas fecundas.
Censemos rápidamente las ideas de Hahnemann relativas a nuestro objeto y que la ciencia confirmó más tarde.
1. Desde 1789 por lo menos, Hahnemann defendió la tesis del contagio de las enfermedades epidémicas, primero en esta fecha para las enfermedades venéreas, luego en 1792 para las epidemias febriles, y luego para muchos de las otras enfermedades que enumeramos. En 1831, categóricamente lo afirma en cuanto al cólera, oponiéndose de modo virulento a los contagionistas entre los que están Hufeland. Sabemos que en mitad del siglo XIX, la corriente contagionnista no era mayoritaria.
2. Explicó, por lo menos a partir de 1806, la contagiosidad de las enfermedades epidémicas, sobre todo de las que son estables y reconocibles a su sintomatología similar entre todos los individuos, por la existencia de una causa exterior, estable, la mayoría de las veces única y específica de cada epidemia, y fundamental (porque es primitiva, necesaria y, podríamos decir también, eficiente). Hay que tener cuidado con que esta acción no excluye la de la energía vital del organismo. Desde 1801, afirma la naturaleza miasmática y clasifica los miasmas en agudos y crónicos.
3. Mejor todavía, Hahnemann se pronuncia sobre la naturaleza de estos miasmas. Desde 1795, expresa claramente la idea profética de que el miasma es un pequeño animáculo, sin embargo, pasó tan discretamente que nadie prestó atención a eso. Y dejará esta hipótesis en el olvido durante cerca de 40 años, hasta que resurja con gran fuerza y en extremo pertinencia, a propósito del cólera. Esta vez, se la desarrolla e insiste mucho allí. Lo considera extremadamente probable y lo más plausible. Dos años más tarde (1833), la generaliza a todos los miasmas pero de una manera en que se interpela más que afirma.
Plenciz me aparece ser la fuente más probable de Hahnemann. Henne (29) ya evocó esta influencia. Orr no puede apartar sin embargo un papel posible de otros autores, en particular de Kircher y F. Hoffmann.
Para haber sostenido brillantemente la hipótesis de los animáculos, Hahnemann se desmarca significativamente de la inmensa mayoría de sus precursores supuestos o discípulos, particularmente Hipócrates, Paracelso y Kent.
Después de Penso (39), no encontramos en absoluto la idea entre griegos, en particular en la Colección Hipocrática.
Koyré, en un artículo sobre Paracelso (35), pretende que si se quiere ver en este último el "precursor" de la medicina moderna, es su idea de que la enfermedad es un ser dinámico y vital, y que se desarrolla según su propia naturaleza. Aunque afortunadamente Koyré se defienda categóricamente al considerar a Paracelso como un precursor de Pasteur, piensa que se podría ver en esta idea una previsión o un presentimiento de las teorías microbianas. Encuentro filosóficamente muy interesante que la concepción "ontólogica" de las enfermedades, como más tarde, añadiré, la concepción de las enfermedades por los nosologistas, hubiera podido favorecer la hipótesis de entidades individualizadas y específicas al principio de éstas. Pero no conozco ningún texto de Paracelso donde se encuentre enunciada la idea de los microorganismos como causas de ciertas enfermedades, lo que atestigua Koyré. Esta diferencia entre Paracelso y Hahnemann habría debido impedir confundirlos o amalgamarlos demasiado rápidamente.
Subrayemos también la distancia que separa a Hahnemann de uno de sus discípulos, Kent. Para éste, " los microbios son sólo las consecuencias de las enfermedades " (33), " ¡el hombre sano podría vivir impunemente en un lazareto!" (33); "de verdad el hombre constitucionalmente no enferma por causas externas, por microbios, ni hasta por la acción del medio, sino por causas que se encuentran en él " (33).
Si para Hahnemann los miasmas solo, no son suficientes para crear las enfermedades, no son menos necesarios para su disparo.
Medimos toda la sagacidad de Hahnemann cuando se compara sus puntos de vista con los de C. Bernard, al que se considera, sin embargo, una figura a la proa de la ciencia, en esta reflexión sorprendente del "Cuaderno de notas" (1850-1860) me llamó la atención: " hay mucha gente que no piensa que sea necesario probar el punto de partida. Hacen una hipótesis absurda y se van más allá. Estos hombres son la herida de las ciencias (ideólogos (ideólogas)). Ejemplo: el cólera es un animáculo que entra en la sangre, de ora que hay que matar al animáculo, y dar alcanfor, etc. " (3).
¡Eh! Podemos considerarnos muy alumbrados en un dominio y tener la tapa ciega o tapada en el otro. Es el caso de C. Bernard demasiado imbuido de fisiología y quien rechinará los dientes a las primeras experiencias (experimentos) de Pasteur. C. Bernard identificaba la fisiología del hombre sano y la del hombre enfermo, viendo allí sólo una diferencia cuantitativa. Esto no podía ser favorable para el nacimiento de una ciencia patológica especial, la de las enfermedades infecciosas debidas a agentes vivos microscópicos.
La reflexión de C. Bernard debe advertirnos y nos empeña en emitir una restricción importante a su metodología y a la de todos los “positivistas apretados y bienpensantes” (C. Bernard, afortunadamente, aunque influido por el positivismo, supo severamente criticarlo a veces, no completamente, según nuestro gusto y de una manera que habría podido ser más radical). Una hipótesis no es absurda y no está privada de valor porque todavía no pueda ser verificada o hasta sea incomprobable. Vamos a volver a ello. No dejamos de considerar el “seminaria contagionis” de Fracastor o los miasmas de Hahnemann como hipótesis puras, o seres metafísicos de razón. El exceso polémico hace rechazar totalmente hipótesis sin embargo fecundas y negar el fenómeno de otras.
¿Cómo sucede que Hahnemann, que emitió su hipótesis de los miasmas animáculos varias décadas antes de su primer reconocimiento objetivo por Bassi, Pasteur, y hasta incluso no ser citado en una obra tan exhaustiva como la de Penso? ¿Esto no demuestra el ostracismo del que son muy frecuentemente víctimas los novadores y los que desarreglan las costumbres intelectuales?
4. Hahnemann tiene en su haber otras concepciones muy modernas, el de la inmunidad activa y del papel del sistema nervioso en esta inmunidad, la de portadores sanos.
5. Encontramos también en Hahnemann la idea de transformaciones (o de adaptación) de los miasmas que siguen las condiciones exteriores (medio ambiente) o internas al individuo (terreno).
6. Por fin, Hahnemann enuncia una idea, en la cual está lejos de esperarse viniendo de él, la idea de que ciertas sustancias medicinales directamente, pueden matar los miasmas, y que, en este caso, dosis ponderables fuertes plenamente se justifican. En la práctica, Hahnemann no carecía de realismo.
Este conjunto de ideas excelentes, desgraciadamente es estropeado un poco, por otros puntos de vista que no se pueden, sin parcialidad, pasar en silencio. El buen grano debe ser separado de la cizaña, el arcano del residuo. Hay que, sin embargo, esforzarse en tener en cuenta, entre lo que depende de lo imaginario puro, del iluminismo, o, si no se quiere tener mala lengua, del error científico, y lo que se precavía susceptible de integrarse en la ciencia; siendo muy consciente de que esta distinción no es siempre fácil.
Sería injusto juzgar a Hahnemann respecto a la ciencia de hoy. El mérito de un autor no es, tal como dice Rouzé, sacar provecho de su situación temporal para burlarse de los errores de los que le preceden, pero si, de aportar una idea original o un hecho nuevo que pueda hacer adelantar a la ciencia, aunque sea un poco. Nos basta que Hahnemann hubiera sido mejor médico que la inmensa mayoría de los médicos de su tiempo, justo sólo combatiendo los métodos evacuantes y debilitantes que entonces prevalían para concederle un perjuicio favorable. Sin embargo, podríamos posiblemente decir sobre eso y sobre muchos "charlatanes", que a menudo contentan a sus pacientes. También, para distinguir a Hahnemann del "charlatán", hace falta que el remedio homeopático dé prueba de una acción cierta benéfica, que por mínima que sea, sea otra que el efecto placebo.
Hay un mundo de gentes que entramos en afirmar que el remedio homeopático tiene una acción diferente a un efecto placebo y se puede afirmar que es suficiente en todos los casos o mejor que otros medios en la mayoría de los casos. Si no se puede posiblemente asignar los límites a su utilización, se hace un esfuerzo en comprobar que una sustancia homeopática es incapaz de realizar entre otras cosas una anestesia, una contracepción, de servir eficazmente por lo menos primeramente, a la reanimación por ejemplo de un politraumatismo, cosas sin las que sería inimaginable hoy, pretender pasarse. La aplicación estricta de la homeopatía, debe pues evidentemente limitarse a su campo, si quiere mostrarse eficaz. La Homeopatía puede también ensanchar (extender) su campo de acción si agrega además de otros procedimientos terapéuticos no forzosamente alopáticos (higiene, dietética, otras terapéuticas). Así como lo hacía Hahnemann mismo. Puede pues cubrir, una buena parte de la patología. ¿Por qué hacer correr algunas veces un riesgo al paciente por un tratamiento alopático poderoso, y que absolutamente no se puede prever su efecto secundario en un caso dado, cuando un medio más dulce es suficiente y permite evitarlo?
Hasta suponiendo que la homeopatía sea una ilusión total, lo que ciertamente será desmentido un día, la ilusión no es privativa de todos los "charlatanes" pretendidos.
Es seguro que los partidarios de la sangría únicamente no actuaban por un efecto placebo. Recupero con entretenimiento algunas observaciones que hace, a propósito Harnero Helmont, Daremberg, profesor de historia de la medicina en el Colegio de Francia y autor de libros eruditos sobre las doctrinas medicas. El autor juzga muy severamente a Paracelso y Harnero Helmont en largos e interesantes estudios que les consagra en uno de sus libros. Aunque pinchándose de alta ciencia, no lo escribe menos, así tan tarde que en 1870: "él (Harnero Helmont) está en un error completo cuando sostiene que la sangría jamás es necesaria en ninguna fiebre " (5).
Luego, en nombre del mismo sentido médico y del sentido común, condena las invectivas de Harnero Helmont contra los purgantes y los vejigatorios. He aquí, bellos ejemplos de ilusiones científicas. Deduciremos de posiblemente que en aquella época no disponíamos de medios eficaces y que antes de C. Bernard, el método experimental no fue puesto en ejecución en biología. Pero la sangría, los purgantes, las vejigatorias están privados hoy de racionalidad y tienen indicaciones casi nulas. Por cierto, tenemos el sentimiento de que la medicina progresó mucho, después. ¿Pero no hay allí una ilusión de perspectiva? ¿Nuestro saber no será irrisorio con relación a nuestro conocimiento futuro y con relación al saber posible?
Reproduzcamos ahora los supuestos errores de Hahnemann, según el Dr, Pinet, algunos de los cuales aún no han sido confirmados por la ciencia:
1. Hahnemann raramente admitió una penetración del miasma dentro del organismo. Lo admitió en 1789 para las enfermedades venéreas pero, más tarde, casi negó siempre toda “materia pecante” interna y toda lesión de los órganos por los miasmas. De la misma manera que Nugent, Hunten, Hahnemann subestimó el papel de los miasmas. En la afirmación de que el organismo percibe inmediatamente y en su entero, a través del sistema nervioso, el miasma que entra en el contacto de la piel y de las mucosas, podemos ver un notable presentimiento de lo que llamaremos la reacción inmunitaria del organismo. Sin embargo, considera posible la inmunidad activa sin ninguna penetración del miasma en el organismo. Debemos ver en Hahnemann a un partidario de la teoría nerviosa a la imagen de Nugent, Cullen y otros.
2. Así como para las sustancias medicamentosas, Hahnemann consideró posible una acción a distancia de los miasmas sobre el organismo. Entonces, tal acción jamás ha sido confirmada por la ciencia.
Es el modelo magnético que se vuelve dominante en él, a la imagen de Paracelso y de Harnero Helmont. Es sin duda para explicar la transmisión de la virtud medicamentosa a las diluciones sucesivas que insistió en este modelo. Pero, en cuanto al contagio de los miasmas, la acción a distancia no encontró a esta ninguna comprobación y probablemente representaba un obstáculo a la comprensión del fenómeno contagioso.
3. Por su teoría de las enfermedades crónicas, Hahnemann finalmente reduce la patología a sólo ser miasmático. Casi al principio de todas las enfermedades crónicas, ideó un miasma psórico que la ciencia jamás puso en evidencia. Por ahí, y concibiendo los miasmas hereditarios, transmisibles a través de un gran número de generaciones, mezcla estrechamente, la patología miasmática y la patología hereditaria que son concebidas en nuestros días, como teniendo un origen distinto.
4. Hahnemann tiene el mérito de haberse interrogado muy temprano sobre la naturaleza de los miasmas, pero comete un error filosófico grosero al considerar a los miasmas como absolutamente inaccesibles con los sentidos (1806 y Organon). Es la ocasión de desarrollar algunos
POSTULADOS FILOSÓFICOS
Podemos dar aquí, sólo algunos elementos.
El informe de la metafísica y de la ciencia es a menudo aprehendido (temido) bajo la forma de una demarcación radical entre estas dos disciplinas en un fin demasiado a menudo ideológico. Se considera, principalmente con los Antiguos y los filósofos clásicos, que la metafísica es la primera de las ciencias, un conocimiento superior y la únicamente verdadera, porque la ciencia verdadera debe ser estable e intemporal: tal ciencia debe pues referirse a realidades fijas y constantes, diferentes realidades físicas que parecen en nosotros sometidas al cambio perpetuo. O al contrario, consideramos, sobre todo desde el advenimiento de la filosofía moderna, que la metafísica no es una ciencia auténtica y que la verdadera ciencia es experimental: las esencias son consideradas incognoscibles, o inexistentes y vacías de sentidos. Platon, separando un mundo inteligible del mundo sensible, ilustra el primero esta corriente. Bajo pena de esterilización debía, por su doctrina de la participación, intentar conectar otra vez ambos tipos de mundo, sin mucho éxito. La filosofía de Aristóteles es una tentativa más sutil para resolver los problemas que se informan entre la metafísica y el mundo sensible. Evocaremos aquí dos filosofías modernas que se esfuerzan por establecer una demarcación entre la metafísica y la ciencia: las doctrinas de Kant y de Popper probablemente son las tentativas más elaboradas y más importantes, y más dignas de interés, entre las que deniegan a la metafísica el estatuto de ciencia.
Aunque la idea positivista sea muy antigua de hecho, Kant es el primero que funda un sistema, sobre la negativa de la posibilidad de un conocimiento metafísico (32). El conocimiento obligatoriamente pasa por nuestras sensaciones, fruto de nuestra intuición sensible. Estas sensaciones en bruto, son elaboradas y ordenadas en conceptos gracias a las categorías de nuestro entendimiento. La razón regula y unifica nuestra experiencia traducida en conceptos.
Popper, en el siglo XX, quiere prolongar el trabajo de Kant sobrepasándole (41, 42). Se opone al criterio de demarcación entre teorías científicas y teorías no científicas (que apela metafísicos) al cual se suscriben una gran proporción de científicos y los representantes de la corriente más común de la filosofía del conocimiento, es decir los empíricos. Para ellos, la ciencia nace en la experiencia y la inducción. Popper también estigmatiza el criterio de los neopositivistas que, en la descendencia de Kant, miran los enunciados metafísicos como pseudoenunciados privados de significado.
Para Popper, la ciencia no procede inductivamente y por comprobación de las teorías. El paso racional, la competencia de las teorías para él es primordial, y emite un juicio severo sobre Bacon y sus discípulos. Afirma además que jamás se puede verificar una teoría, ya que una teoría, como ya lo decía C. Bernard, no es verdadera en lo absoluto jamás, dado que la ciencia evoluciona y dado que las nuevas teorías suceden a las antiguas. Lo que da el valor a una teoría, simplemente es que resiste mejor que otras las pruebas experimentales. El progreso científico consiste de hecho sólo en una tentativa de refutar las teorías, y proponer nuevas teorías racionales susceptibles de ser sometidas a un test y de resistir pruebas nuevas. El criterio de demarcación no es pues la comprobación sino la refutabilidad. Una teoría es científica si es refutable o testable por un acontecimiento concebible y metafísico, si es absolutamente irrefutable. Popper esboza una distinción, a mi juicio capital, entre las teorías susceptibles de ser sometidas a un test o refutadas aunque todavía no sean él, y las teorías absolutamente irrefutables. Desgraciadamente, hace allí sólo alusión, porque si esta distinción es teóricamente pertinente, nos parece problemática en práctica. Fustiga el criterio de los neopositivistas porque los enunciados o las teorías metafísicas para él no son absurdas o no están privadas de significado.
Desde mi punto de vista, rechazo de modo general la pertinencia y la posibilidad de una demarcación entre metafísica y ciencia. Hay que, creo, concebir el campo y el progreso del conocimiento que sigue a una partición triple que determina una demarcación doble.
El primer dominio es el de la física actual, de todos los objetos físicos que nos son ya conocidos, de todas las entidades reveladas hasta este día por nuestras teorías experimentales sin excluir de eso a las que no son perceptibles a través de nuestros sentidos, sino las que son postuladas y controlables por la experiencia (partículas cuánticas, etc.).
El dominio intermediario es el que nombraré, a falta de término mejor, el suprafísico, es decir el campo de toda nuestra experiencia posible (en el futuro), el que se revelarán teorías físicas desconocidas hoy, que tendrán para su soporte nuevas experiencias (experimentos) y la puesta en evidencia de nuevos objetos o entidades físicas. Este dominio que, por nuestros descubrimientos, se estrecha constantemente, es inmenso tanto en el infinitamente grande, como en el minúsculo. No es definido si no por los límites que imponen las condiciones de posibilidad de la experiencia (aunque el hombre mismo pueda posiblemente transformarse, naturalmente o por una acción).
El último dominio, es el de la metafísica, del que los positivistas y los materialistas inconsecuentes evidentemente no dejarán de recusar. Las cuestiones metafísicas me parecerán siempre conforme a la dignidad del hombre y deberemos siempre deshonrar a los que quieren limitar la reflexión humana y el dominio donde debe ejercitarse. No veo cómo se podría pretender hacer caso omiso de nociones de ser, esencia, sí, realidad, la verdad, y por cierto se debe interrogar su sentido; es el objeto limpio de la metafísica. Hasta el lenguaje común se refiere, más o menos explícitamente, a estas nociones. La razón filosófica no me aparece diferir de la razón científica y considero las cuestiones filosóficas y metafísicas tan científicas como las cuestiones propiamente dichas, científicas. Pretender tener la llave o detentar la verdad es evidentemente otra historia.
Esta demarcación doble, no debe ser comprendida por supuesto, como similar a una división en el espacio. Sólo traduce, de una parte, nuestro informe al objeto o, si se quiere, al sí kantiano; porque, como perfectamente lo vio Kant, el conocimiento es tributario de nuestra naturaleza, de nuestras facultades. (Es lo que llamaba su revolución copernicana.) De la misma manera que no hay efecto medicamentoso sin un sujeto que metabolice la medicina, no hay conocimiento sin un sujeto apto que hay que conocer. La ciencia es siempre una reducción o una transformación de la realidad por el sujeto. Nuestra demarcación doble, traduce por otra parte el progreso histórico de nuestro conocimiento, la transferencia constante de suprafísica al físico que hace que nuestro dominio físico se extienda sin cesar. No está en oposición con el sistema de Kant que hace un buen sitio a la noción de anticipación. Podemos por la imaginación anticipar el descubrimiento de nuevos objetos o crear nuevas teorías físicas. Pero Kant singularmente, limitó la posibilidad de formación de los conceptos físicos. Confiando demasiado en la física neutoniana, restringió los conceptos científicos, los conceptos nacidos de una intuición supuesta y sensible a priori del espacio y del tiempo. Por ejemplo, los conceptos de espacio-tiempo y de partículas cuánticas son imposibles en su sistema.
Hasta negando las nociones de causa, de esencia, de realidad o de ser, ya que no percibimos nada sin objetos sensibles (no vemos sin partículas luminosas, no olemos sin partículas gaseosas, no entendemos sin vibraciones materiales, etc.), por qué debamos suponer que nuestro conocimiento sensible es infinito y para que no exista nada que sea de una naturaleza diferente de las partículas necesarias para los sentidos, más allá pues de nuestro dominio perceptivo.
Ignoramos muy a menudo la distinción entre el suprafísica y metafísica. Los confundimos muy a menudo, lo que arrastró a malentendidos graves. De un lado, negando la "metafísica", corrimos peligro de dar explicaciones simplistas de fenómenos complejos, porque nos esforzábamos por explicarlos por la física demasiado simplista de la que los sabios disponían en su época (principios mecánicos de aplicación limitada, ciencia de la materia rudimentaria). Al mismo tiempo, negociábamos metafísicas de las ideas y los conceptos que perfectamente podían integrarse en el dominio físico porque estas ideas filosófico-científicas podían ser unas anticipaciones científicas (perteneciendo en realidad al dominio suprafísico). Por otra parte, los autores consideraban a veces sus ideas como de naturaleza metafísica (entre otras cosas Hahnemann, que imagina ciertas veces los miasmas como inaccesibles a los sentidos, y la acción de sus remedios como inmaterial y trascendental); en consecuencia, sus adversarios las negaron todavía más. Así es, como muchos no reconocieron el valor de las anticipaciones filosófico-científicas, lo que el tema de este artículo puede servirnos para ilustrarlo. Ya hay, en " El sofista " de Platon una crítica excelente del "materialismo", de los incapaces de imaginar otra cosa que las cosas que pueden tocar o percibir por medio de otro sentido. Podemos por lo menos afirmar, que el dominio de nuestra percepción no será lo mismo mañana que hoy.
Las ideas filosóficas de Hahnemann tienen que ver poco, en contra de lo que sostiene Tischner (45), con las de Kant. Probablemente sufrió la influencia de la filosofía experimental (Boyle) y la de las ideas nacidas del positivismo relativamente alumbrado por Kant. Se relacionan de hecho, mucho más con ciertas filosofías prekantianas, lo que no es forzosamente una tara porque las teorías filosóficas, a causa de su pretensión intemporal, resisten mejor al tiempo que las teorías científicas.
La filosofía de Popper tiene el gran mérito de evitar todo dogmatismo quitando a la ciencia todo carácter apodíctico y la capacidad de acceder a la verdad absoluta. Popper supone que la ciencia se esfuerza siempre por explicar lo conocido por lo desconocido y, en consecuencia, que los mitos, las ideas filosóficas, pueden desempeñar un papel no despreciable en la génesis de las teorías científicas. Sin embargo, pretende que una demarcación entre ciencias y pseudociencias, teorías científicas y teorías metafísicas o teológicas, es posible. Sobreentiende así que la teología y la metafísica son unas pseudociencias, para él esto es irrefutable.
Discuto que tengamos en muchos casos, el poder de discriminar las teorías científicas y las teorías metafísicas, porque si percibimos fácilmente la línea de demarcación entre lo físico y lo suprafísico podemos trazar la frontera entre lo suprafísico y la metafísica del hecho, que sólo, no conocemos en su totalidad, el dominio de lo suprafísico. ¿Por ejemplo, cómo podíamos, en el siglo XVI, afirmar el carácter científico o metafísico de la teoría del “seminaria contagionis” de Fracastor, ya que no se poseía ningún medio de someterla a un test y de refutarla? Decir que se podía saber desde esta época que esta teoría de ahora en adelante sería testable y pues, que a diferencia de las teorías metafísicas, no quedaría para siempre no testable, nos parece muy presuntuosa porque esto prejuzga del desarrollo futuro de la ciencia natural, de la evolución de las teorías físicas. Había que disponer de una ciencia cierta de la óptica, de los instrumentos microscópicos, para someter a un test la teoría de Fracastor. ¿Qué es lo que nos garantizaba a quiénes la evolución de la ciencia natural nos permitiría ver los microbios y por ahí someter a un test su teoría de las partículas vivas? ¿Que nuestra visión sólo habría sido multiplicada por los instrumentos y que la física a la escala de los microbios sería análoga en cierto modo, a la talla de los objetos cercanos, a la conveniente en nuestro mundo ordinario? No podíamos prejuzgar tal analogía. La física a la escala infra-atómica se reveló inconmensurable con la física que vale a nuestra escala. El poder de distinguir la metafísica, presupone de hecho un conocimiento absoluto de lo que serán las teorías físicas, una preciencia completa de suprafísica. Por otra parte, las teorías metafísicas no parecen en absoluto irrefutables. Por ejemplo, la imagen de Dios que nos abastece la Biblia ha sido refutada por la ciencia (edad de la Tierra, etc.). Esto no nos obliga a rechazar el concepto de Dios sino a modificarlo.
No quiero sin embargo quitar toda especificidad a la metafísica. La ciencia jamás parece hallarse en situación de probar o refutar el determinismo y el finalismo. Las filosofías se relacionan a menudo estrechamente con estos problemas. Resulta pues que existe un dominio de incertidumbre en el cual las imaginaciones más desenfrenadas, las divagaciones más extremas y las más vacías, pueden actuar con rigor sin fin. Sin embargo, entre todas las hipótesis emitidas, se arriesga fuertemente a encontrarse algunas geniales y recuperables por la ciencia, puede estar bajo una forma transformada que las conecta otra vez a nuestra experiencia, lo que no devuelve estas "divagaciones" completamente inútiles.
A pesar de sus errores científicos y filosóficos, Hahnemann se mostró con anticipación sobre su tiempo, condenando la sangría y presintiendo el papel de microorganismos en ciertas enfermedades. Sus ideas son en este dominio muy superiores a las de sabios famosos venidos después de él, Daremberg y C. Bernard. Ciertamente no merece el epíteto ridículo con el que a menudo se le atavía.
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Nota:
(1) Pongo entre paréntesis los pasajes o las palabras que me aparecen merecer una traducción diferente de la propuesta por Schlesinger-Rahier o, más tarde, por otros autores.
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