Ante el reciente aumento de casos de sarampión en todo el mundo surge la inevitable duda de si las vacunas son tan eficaces y necesarias como creemos o si, por lo contrario, de administran de más y resultan peligrosas, tal y como defienden los cada vez más numerosos grupos anti vacunación.
El caso es que, ciertamente, los niveles de vacunación en España han disminuido considerablemente en los últimos años. Si en 2008 el 97,8% de los niños de uno a dos años había recibido la primera dosis de la vacuna Triple Vírica (sarampión, rubeola y parotiditis, SRP), en 2010 sólo fueron vacunados el 95,2% de los niños.
En ese año la incidencia de sarampión en España fue de 0,66 casos por cada 100.000 habitantes, una cifra notablemente superior a la incidencia de 2009 con 0,09 casos por 100.000 habitantes, según datos del Centro Nacional de Epidemiología.
En Madrid por ejemplo los afectados por sarampión se han multiplicado por doce en sólo un año, pasando de 31 casos en 2010 a los 399 que ya se han comunicado en 2011, según la Consejería de Sanidad. .
Pero la irrupción del sarampión en las escuelas infantiles no ha pillado por sorpresa a los expertos. En el I Foro de Análisis y Discusión sobre vacunas celebrado en Zaragoza varios expertos explicaban por qué descienden las vacunas y, sobre todo, por qué hay que evitar ese fenómeno.
Javier Díez Domingo, del Instituto Valenciano de Vacunas, insiste en que “la vacuna es la medida de salud pública que más muertes ha evitado tras la potabilización del agua”, por lo que es imprescindible que se mantenga la costumbre. Pero lo que es cada vez más complicado es hacer ver al paciente la necesidad de prevenir las enfermedades, ya que muchas veces los efectos secundarios de las vacunas provocan rechazo. Por eso, lo que la comunidad médica pretende transmitir a la sociedad es que esos efectos secundarios son siempre la mejor opción ante una posible infección. “Ninguna madre ha ‘visto’ el beneficio de vacunar a su hijo de meningococo C, pero gracias a ello más de mil madres tienen a sus hijos”, ejemplificaba Díez Domingo.
Sin embargo no todo el mundo piensa de la misma manera y, de hecho, muchos padres se están acercando a la filosofía que promueve el rechazo a las vacunas o, al menos, la desconfianza de ellas, desde libros como Los peligros de las vacunas, de Xavier Uriarte, o Vacunaciones sistemáticas en cuestión, de Juan Manuel Marín Olmos.
Las campañas del miedo
Miguel Jara, periodista especializado en salud y autor, entre otros, de La salud que viene. Nuevas enfermedades y el marketing del miedo, apoya esas teorías. Según explica a El Confidencial las farmacéuticas “han montado una campaña del miedo” que pretende conseguir que la gente se vacune más de lo necesario. “Por ejemplo, con la gripe, se ha demostrado que la vacuna es eficaz en un 4% y que cuando uno se vacuna ya es inmune para los siguientes 50 años, con lo que nos es necesario vacunarse cada temporada”.
En su opinión tanto la industria farmacéutica como las autoridades sanitarias actúan movidas por el afán recaudatorio y, en muchos casos, exagerando las posibles consecuencias de una enfermedad y minimizando los efectos secundarios. “La campaña de la gripe A amenazaba con una pandemia que iba a arrasar la humanidad y luego resultó que afectó a un 10% de la población que otros años había afectado la gripe común”, argumenta.
Por eso, asegura, es normal que los padres empiecen a sacar conclusiones que les empujan, en muchos casos, a omitir la vacunación de sus hijos. “La culpa es de esos vendedores de miedo que quieren que nos pongamos vacunas ineficaces”, denuncia.
Sin embargo, en opinión de Juan José Picazo, jefe del servicio de microbiología clínica del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, la falta de vacunación responde tan sólo a una confianza falsa. “Se nos ha olvidado lo peligrosas que son las infecciones simplemente porque ya no hay”, y a renglón seguido recuerda que si se deja de vacunar a los niños las epidemias podrían resurgir con facilidad.
Jara cita en la conversación a Juan Gervás, otro de los detractores de las vacunas, que se muestra prudente. “Hay vacunas y vacunas. Algunas han sido y son clave en salud pública, como la de la viruela, la del sarampión, la de la rabia o la del tétanos. Otras sobran, o deberían restringirse a grupos muy específicos. Otras son claramente inútiles”, asevera Gervás. El debate, desde luego, está servido.
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